El uso del arte como reivindicación social es tan antiguo como el arte mismo. Se han usado en infinidad de ocasiones diversas formas de arte para denunciar regímenes totalitarios, corrupción o intolerancia.
Entre las cosas que dibujan este menosprecio, se pueden contar, por ejemplo, las dificultades para encontrar trabajo, la precariedad y la explotación laboral, las prácticas racistas sutiles y cotidianas en la oficina de extranjería o los servicios públicos, los problemas para encontrar una vivienda, el acoso o abuso sexual en el trabajo, o la puesta en duda de sus capacidades y sus conocimientos.