«Allahu Akbar» fueron las últimas palabras que dije antes de acabar la conversación telefónica con mi madre mientras esperaba en el control de seguridad del Aeropuerto Metropolitano de Detroit. Era el Eid al-Adha [Fiesta del cordero], una de las fiestas más sagradas del islam.
Al colgar el teléfono, sentí inmediatamente las miradas en mi espalda, el peso de las sospechas asumidas cayendo sobre mí. Me di cuenta de que «Allahu Akbar», una expresión que usaba con toda normalidad significaba algo terriblemente distinto para aquellos que la escucharon. Como hombre moreno y con barba, que «Allahu Akbar» saliera de mis labios me señalaba como amenaza en potencia. Ese sentimiento tan familiar de culpa se empezó a asentar, incluso cuando sabía que no había dicho ni hecho nada malo.
«Allahu Akbar» es una parte esencial del vocabulario cotidiano de todo musulmán estadounidense. Estas palabras nacen constantemente de los labios de los religiosos y los no tan religiosos, de los musulmanes árabes y de musulmanes de toda raza y nacionalidad. De hecho, la expresión sale de las bocas de los cristianos árabes tan frecuentemente como de los musulmanes y significa literalmente «Dios es el más grande». Una proclamación de sumisión y devoción que también tiene un aspecto interreligioso y universal. Millones de musulmanes estadounidenses que celebraban el Eid al-Adha por todo el país pronunciaron esta expresión, diciendo «Allahu Akbar» para declarar su sumisión a Dios mientras realizaban sus rezos para este día sagrado.
Pese a que el gobierno de Trump ha marcado el inicio de un clima de intensa islamofobia en Estados Unidos, los cimientos que sostienen la relación entre las proclamaciones de la grandeza de Dios y el terrorismo se remontan siglos atrás en los Estados Unidos. Mucho antes de que Trump declarara que «el islam nos odia» o que el Tribunal Supremo ratificara la orden ejecutiva ampliamente conocida como «Muslim ban» («veto musulmán»), los tribunales estadounidenses concebían constantemente el islam como una «religión enemiga» que se oponía a la democracia y a la ciudadanía estadounidense.
Desde la política estatal hasta la prensa, la televisión y el cine, la lengua árabe se ha ligado indisolublemente al terrorismo. Expresiones cotidianas como «inshallah» (si Dios quiere) y saludos como «Al-Salaamu Alaikum» provocan pánico. Personas musulmanas han sido sacadas de aviones, perseguidas por fanáticos intolerantes y por predicadores del odio, sufren el uso por perfil étnico en la seguridad de los aeropuertos y otra suerte de discriminaciones por pronunciar estas expresiones catalogadas como amenazantes y tomadas como prueba de culpabilidad.
Las que más se han relacionado con todo esto es «Allahu Akbar», que se ha convertido en el elemento permanente en las noticias sobre Oriente Próximo de los medios conservadores, en las cazas de brujas de la seguridad nacional doméstica y, como no, en las películas de Hollywood. Estas tergiversaciones recurrentes y abrumadoras han despellejado los significados cotidianos y religiosos de esta expresión suplantándolos con la presunción popular de que «Allahu Akbar» precede a una bomba, un ataque o una radicalización doméstica.
Publicado por Khaled Beydoun en The Washington Post el 25 de Agosto de 2018.
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