Asimilar a través de las mujeres (1/2)

Visión maniquea y colonial de las mujeres afganas.

 

Integrar, incluir, invisibilizar, silenciar, adaptar, reformar, transformar a imagen y semejanza; en definitiva, las consignas que deben seguir las personas musulmanas (una vez que caen las máscaras de los eufemismos) tienen que ver con la asimilación, según un modelo social establecido de antemano, un modelo racista, discriminatorio, injusto. Un modelo blanco, laicista beligerante, al servicio de los grandes capitales, que castiga a la comunidad musulmana, si no acepta las condiciones impuestas unilateralmente. ¡Tengamos todos muy claro quién manda! Las herramientas del chantaje son las políticas del miedo, la represión, la opresión y el racismo, que campan a sus anchas con total impunidad.

 

No se trata solo de la complicidad del Estado o de que haga la vista gorda, sino que son discriminaciones estructurales, por lo que es imposible combatirlas desde esa misma estructura. Un Estado que agita los miedos más primarios de la población, para aparecer después como garante de la paz social, es un Estado cínico.

Según la tesis asimilacionista, existen dos posturas antagónicas, que en realidad se refuerzan entre sí, ya que ninguna cuestiona el concepto de “integración”. Hay quienes creen que las personas musulmanas no se pueden integrar y hay quienes piensan que hay que trabajar para lograr su integración.

 

Para estos últimos, los “buenos musulmanes” deben trabajar con sus aliados “naturales”, esto es, con los movimientos feministas y de izquierdas, que desean su “integración”, “normalización” y “liberación del yugo de la religión/patriarcado”.

 

Las premisas para lograrlo pasan por que las personas musulmanas sean invisibles; no visibilicen su práctica religiosa; corten con sus raíces y con su comunidad; no hablen árabe; denuncien a los potenciales terroristas dentro de su comunidad y acepten una cosmovisión ajena al islam.

 

Quienes no aceptan estas exigencias, pasan a ser, evidentemente, “malos musulmanes”. Y a la inversa, se premia a los musulmanes informantes, feministas, antifascistas, y asimilados, por ser útiles para los programas de normalización o, según la jerga decolonial, para los programas de blanqueamiento.

 

El papel que les asignan a las musulmanas en este programa es fundamental. En el imaginario colectivo, los hombres musulmanes son violentos y las mujeres musulmanas son sumisas a las que hay que liberar. El leitmotiv feminista mayoritario es: “Os vamos a ayudar a empoderaros para que podáis dejar vuestra religión machista”.

 

¿Por qué las estrategias asimilacionistas se centran especialmente en las mujeres? Porque para el feminismo institucional, hablar en nombre de todas supone obtener unos beneficios políticos. Desde esas estrategias racistas, se concibe a las mujeres musulmanas como seres más influenciables pero a la vez paradójicamente pueden influir en su comunidad ya que desempeñan el papel de educadoras y son, además,  necesarias como modelos “positivos”.

 

En ese contexto, el uso del hiyab se convierte en muchos casos en una forma de resistencia. Cómo es que si son sumisas e influenciables, no quieren desvelarse, a pesar de que disponen de un marco legal y de un discurso machacón que no solo lo posibilita sino que lo alienta. Lo que le molesta al feminismo institucional no es el hiyab en sí, sino el rechazo de las musulmanas hacia uno de los pilares básicos de los programas de normalización, esto es, el desvelamiento. Para ciertas feministas, es menos ofensivo pensar que es porque a las pobres ignorantes les han lavado el cerebro que aceptar que les digan a la cara “no me da la gana de que me utilices”.

 

Por otro lado, en las recientes manifestaciones públicas post 17A, se han hecho virales unas imágenes de mujeres musulmanas con hiyab, que se han enfrentado a los terroristas y a los fascistas. Sin embargo, es necesario estar alerta sobre la instrumentalización y apropiación de ciertas figuras que se han hecho mediáticas, ocultando de esta forma la islamofobia y el racismo que atraviesa todo el espectro político, incluida la izquierda, y no únicamente el fascismo y el terrorismo.

 

Tal y como escribí en un artículo anterior:  “entre las izquierdas y los feminismos más inclusivos, hay sectores que piensan que, en un contexto de mayoría musulmana, es hasta cierto punto lógico que se utilice un feminismo “religioso” como estrategia, debido al poco margen de maniobra del que disponen las mujeres y, en todo caso, piensan, como afirma el filósofo Santiago Alba Rico, que “han de superar el islam desde el interior del islam” o, más concretamente, que “liberar a la mujer desde el islam puede ayudar inesperadamente a liberarse también del islam”[1]. Sin embargo, no lo ven pertinente en un contexto “laico” como el europeo, ya que ya están “liberadas” del islam”. En ese empeño por emancipar y normalizar a la comunidad musulmana hay un objetivo claro: “lo deseable es que lleguen a ser como nosotros”, aunque ese proceso les lleve su tiempo.

 

La estrategia pseudofeminista según la cual el “islam español (o europeo, o catalán) pasará por las mujeres” o, dicho de otra manera, la asimilación se llevará a cabo a través de las mujeres, invisibiliza el hecho de que el feminismo “liberador” está alimentando la islamofobia. En este contexto de discriminación y de estigmatización de la comunidad musulmana, cualquier denuncia de las opresiones por parte de las mujeres musulmanas está instrumentalizada con fines racistas.

 

[1] Andújar, N. « Per un feminisme islàmic ». El Crític, 22 de agosto de 2017 https://www.elcritic.cat/blogs/sentitcritic/2017/08/07/per-un-feminisme-islamic/

 

Publicado en el blog de Natalia Andújar